Curioso parece que mis más claros recuerdos se remonten a la época más lejana de mi vida, mi infancia, aunque en realidad, con un poco de reflexión, es fácil concluir que las primeras impresiones en el blanco lienzo de la mente de un niño difícilmente se olvidan, más bien se graban como con hierro candente, dejándola marcada para el devenir de su vida.
En uno de ellos me veo despertando en una cunita, levantándome y mirando, aterrado y llorando, una casa completamente vacía. Ese sentimiento de desamparo y terror sólo lo puede sentir uno en esos primeros y vulnerables años. Más curioso aún me parece el recordar entender perfectamernte las explicaciones que me daba una vecina de mi madre, cuyo encargo era vigilar si el niño despertaba mientras mi madre estaba en la tienda.
En otro me veo de pie delante de otra cunita, la de mi hermanita recién nacida, y aún hoy me acopaña el delicioso olor que inundaba su pequeño lecho, ese olor a bebé, a ropita de bebé y a jabón perfumado de bebé. Un tercer recuerdo muestra de nuevo a mi niño, esta vez escupiendo con náuseas la leche que en botellas nos obligaban a tomar en primer curso de colegio, y que procuraban los niños vaciar en las macetas, para desagrado y rabiosa ira de aquellos energúmenos maestros con tablas para castigarnos las manos. O también cuando nos pasábamos por la panadería para pedir migas de pan que nos comíamos en el recreo.
Otras veces me veo acompañado de otros niños, asomando nuestros cabezones por una entornada puerta de calle, a la sazón entreabierta debido al calor de verano, y "ojipláticos" contemplando un partido de fútbol en un ¡televisor en color!, y ¡con el césped verde! Sensación mágica, la misma que sentí cuando visitando a mi tía me topé de frente con la Abeja Maya, ¡en color!
Más recuerdos hay, muchos más, y ahora me viene otro que..., pero no, no puede ser aquí, que empiezo a notar que la tinta de mi bolígrafo se pone verde, y no es razón para sofocar al personal, que ya empieza a hacer calor. VALE.
En uno de ellos me veo despertando en una cunita, levantándome y mirando, aterrado y llorando, una casa completamente vacía. Ese sentimiento de desamparo y terror sólo lo puede sentir uno en esos primeros y vulnerables años. Más curioso aún me parece el recordar entender perfectamernte las explicaciones que me daba una vecina de mi madre, cuyo encargo era vigilar si el niño despertaba mientras mi madre estaba en la tienda.
En otro me veo de pie delante de otra cunita, la de mi hermanita recién nacida, y aún hoy me acopaña el delicioso olor que inundaba su pequeño lecho, ese olor a bebé, a ropita de bebé y a jabón perfumado de bebé. Un tercer recuerdo muestra de nuevo a mi niño, esta vez escupiendo con náuseas la leche que en botellas nos obligaban a tomar en primer curso de colegio, y que procuraban los niños vaciar en las macetas, para desagrado y rabiosa ira de aquellos energúmenos maestros con tablas para castigarnos las manos. O también cuando nos pasábamos por la panadería para pedir migas de pan que nos comíamos en el recreo.
Otras veces me veo acompañado de otros niños, asomando nuestros cabezones por una entornada puerta de calle, a la sazón entreabierta debido al calor de verano, y "ojipláticos" contemplando un partido de fútbol en un ¡televisor en color!, y ¡con el césped verde! Sensación mágica, la misma que sentí cuando visitando a mi tía me topé de frente con la Abeja Maya, ¡en color!
Más recuerdos hay, muchos más, y ahora me viene otro que..., pero no, no puede ser aquí, que empiezo a notar que la tinta de mi bolígrafo se pone verde, y no es razón para sofocar al personal, que ya empieza a hacer calor. VALE.
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